Cuando se habla
de política no se puede ser nostálgico. Si bien ha habido tiempos y lugares
mejores, la realidad es que desde que existe la “clase política” han existido
políticos corruptos, mentirosos y abusivos.
Quousque
tandem abutere, Catilina, patientia nostra? Quam diu etiam furor iste tuus nos
eludet? Quem ad finem sese effrenata iactabit audacia? – decía Marco Tulio Cicerón en uno de sus más célebres discursos, en
el año 63 A.C., dirigido a Lucio Sergio Catilina, prominente político romano
que intentó asegurarse el cargo de Cónsul de Roma mediante el reparto de
sobornos. ¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia? ¿Hasta cuándo
esta locura tuya seguirá riéndose de nosotros? ¿Cuándo acabará esta
desenfrenada audacia tuya?
Desde entonces y
hasta nuestras fechas ha habido innumerables Catilinas en todos los tiempos y naciones. Si bien históricamente se ha
tratado de un mal pandémico - íntimamente relacionado con la propia naturaleza
humana - es de esperarse que en los tiempos que actualmente vivimos nos
encontremos profundamente consternados ante los Catilinas Modernos de nuestro México.
Y es que, a
pesar de mi corta edad (voté por primera vez en 2005), nunca en mi vida había
sido testigo de un descaro tan grande por parte de la clase política mexicana. Ejemplos
recientes sobran:
- La postulación de Rafael Acosta Ángeles, conocido como Juanito, para ocupar el cargo de Jefe Delegacional en Iztapalapa y posteriormente cederlo en una evidente burla a las leyes electorales;
- la operación mediante la cual escondieron a Julio César Godoy Toscano para que pudiera tomar protesta como diputado y librar así la orden de aprehensión que existía en su contra;
- la omisión de investigar a los exgobernadores Humberto Moreira, Arturo Montiel, Mario Marín y Fidel Herrera por los sabidos delitos y abusos cometidos por cada uno de ellos durante el desempeño de sus respectivos cargos; y
- el evidente despilfarro y la falta de rendición de cuentas en la construcción de la criticada Estela de Luz.
Los políticos
dominantes, sin importar su afiliación partidista, negocian sus presentes y
futuros con alarmante descaro y la moneda de cambio son las reformas que urgen,
los programas que se necesitan y los proteccionismos que nos tienen sumidos en
un esquema carente de competitividad.
El descaro con
el que se conducen encuentra su origen en la consciencia que tienen de la
impunidad de sus actos. Nadie exige rendición de cuentas en México (al menos
nadie con autoridad suficiente). La sociedad mexicana vive en un perpetuo
letargo que la mantiene en una constante inactividad política; letargo que se
ve alimentado por la presencia de medios de entretenimiento carentes de
contenido y medios de información que informan lo que les indique el mejor
postor.
Los eventos que
recientemente hemos presenciado en el marco de las campañas presidenciales son,
sin duda, los que más decepción han causado y más alarmas han activado en los
jóvenes mexicanos. Ninguno de los cuatro candidatos a la presidencia ha
demostrado tener la inteligencia, agilidad, elocuencia e iniciativa, entre
muchas otras características fundamentales, que deberían requerirse para
encabezar al Estado Mexicano. Por otro lado, las deficiencias son manifiestas:
la ineptitud de uno, la debilidad de la otra, la falta de credibilidad del
tercero y las malas amistades del último, dejan una enorme desesperanza en
todos aquellos que se detienen a analizar la situación. Resulta increíble que
en un país con más de cien millones de habitantes no pueda existir una terna de
personas decentes y pensantes como alternativas para dirigirlo.
Y ante las
sabidas deficiencias, el engaño. La legislación electoral y sus aplicadores han
sido configurados por la propia clase política. La configuración actual nos
tiene sometidos a interminables y repetitivos spots en los que nos tratan de convencer a los críticos, y ratifican a
los no críticos, que los candidatos son personas inteligentes, honradas y
comprometidas con México. Pero la propaganda con sello y escudo no es la peor;
han ido más allá. Ante la falta de credibilidad de sus anuncios oficiales, los
partidos (uno más que los demás), han optado por invertir más recursos en
obtener comentarios y editoriales positivas de nuestros intocables líderes de
opinión. En las últimas tres semanas he sido testigo de dos de los capítulos
más tristes para la prensa mexicana. Los siguientes titulares han sido
deliberados insultos a la inteligencia del ciudadano crítico:
“ARRASA PEÑA
NIETO EN EL DEBATE”
“NO LE MUEVEN NI
UN PELO”
“ÉXITO DE PEÑA
EN LA IBERO, PESE A INTENTO ORQUESTADO DE BOICOT”
La burla de los
partidos políticos ante la sociedad mexicana, de forma directa, o a través de
sus subsidiarias (algunos sindicatos y medios), es cada vez más constante y
humillante. Ante ello, es momento de preguntarnos: ¿Hasta cuándo abusarán de
nuestra paciencia? ¿Hasta cuándo esta locura suya seguirá riéndose de nosotros?
¿Cuándo acabará esta desenfrenada audacia suya?
Al parecer no
tendremos respuestas, mientras no nos organicemos como sociedad.